Apareció cuando el partido empezaba a escaparse y el título parecía inclinarse hacia otro lado. Cuando la final se volvía espesa, incómoda. En ese instante, en el que los campeonatos suelen decidirse por detalles mínimos, Lucas Alario se puso el traje de héroe y empujó a Estudiantes a una nueva consagración. Dos goles, los dos de cabeza, los dos en el tramo final, para dar vuelta una historia que Platense había logrado torcer y para sellar el Trofeo de Campeones con un 2-1 inolvidable en San Nicolás.
No fue una final brillante ni abierta. El primer tiempo fue chato, trabado, con más nervios que fútbol y con dos equipos que parecían medirse sin animarse a golpear. Estudiantes, campeón del Clausura, no encontraba claridad; Platense, ganador del Apertura, apostaba a la paciencia y al error ajeno. Todo parecía encaminado a un desenlace largo, hasta que el complemento arrancó con un sacudón inesperado.
A los cuatro minutos, Franco Zapiola cumplió con la inexorable “ley del ex” y, con un golazo puso en ventaja al “Calamar”. El golpe fue duro. Estudiantes sintió el impacto. “Nos hicieron un gol arrancando el segundo tiempo y la verdad que nos costó mucho porque sentimos el golpe. Pero una vez más dimos muestra de carácter”, reconoció Alario después, con la sinceridad de quien sabe que las finales también se ganan desde la cabeza.
Eduardo Domínguez movió el banco buscando respuestas. Y la respuesta tuvo nombre y apellido. A los 28 minutos, Lucas Alario ingresó por Cristian Medina. Seis minutos más tarde, el “Flaco” ya estaba festejando. Un centro preciso encontró su cabeza en el área y el empate le devolvió vida a Estudiantes cuando el reloj empezaba a apretar. “En lo personal me tocó a mí poder convertir y ayudar al equipo. Pero nada se puede lograr sin el grupo. La calidad humana es lo que rescato”, explicó el delantero santafesino, que puso el foco donde siempre quiso ponerlo: en el colectivo.
El empate cambió el ánimo, pero no la tensión. Platense se replegó con dignidad, defendiendo un resultado que se le escurría, mientras Estudiantes fue con más empuje que lucidez. Y cuando el partido parecía encaminarse al alargue, apareció otra vez el mismo protagonista. En el primer minuto de descuento, Edwuin Cetré lanzó un córner perfecto desde la derecha y Alario, como si el área le perteneciera, ganó en el segundo palo para estampar el 2-1 definitivo. “Ganar así tiene un disfrute especial, distinto. Por cómo se dio esta final y también la anterior. Ahora toca disfrutar y después descansar para pensar en lo que viene”, dijo el goleador, todavía con la emoción a flor de piel. No era para menos. Alario había llegado a Estudiantes a comienzos de año desde Inter de Porto Alegre con expectativas altas, pero su rendimiento no había sido el esperado. El gol le había sido esquivo y las críticas no tardaron en aparecer.
“Para un número 9 es complicado cuando no convierte. Siempre se le exige que haga goles. No se me venía dando, pero siempre creí en mí. Las críticas golpean, pero me hicieron crecer y trabajar más”, confesó. Y el fútbol, caprichoso y justo a la vez, le devolvió todo junto en el momento más importante.
Estudiantes, en estado de gracia, cerró el 2025 como el más campeón del fútbol argentino. Una semana después de quedarse con el Clausura, levantó también el Trofeo de Campeones y ratificó un proceso sostenido en el carácter y la convicción. “Nos hicimos fuertes mentalmente para pasar todo lo que tuvimos que pasar y llegar a fin de año con dos títulos. Nos merecíamos esto”, cerró Alario.
Tal vez el fútbol no siempre sea justo durante el camino. Pero a veces, en las jornadas decisivas, elige premiar a quienes no dejan de creer. Y en San Nicolás, cuando todo parecía perdido, Lucas Alario volvió a demostrar que los héroes no siempre empiezan la historia: a veces entran desde el banco.